10 de octubre de 2010

5. Pasamos a la acción

silencio¡, se rueda¡ (pasamos a la acción)
“No puedes atravesar el mar simplemente mirando al agua”
R. Tagore
“Leer un libro sobre dietética, no adelgaza”
(incluso engorda si lo lees con una cervecita y unas aceitunas)
Dnl (lo sé, lo sé, Rabindranath es más poético)
Ya sé que las riendas de mi vida las tengo yo y nadie más que yo y que no valen excusas, que la responsabilidad es mía y solamente mía. Que el pasado incluye pero no determina.
También parece que, aunque me cueste esfuerzo, entrenamiento, disciplina y ser consciente en cada momento de lo que mi persona y mi personaje quieren, puedo elegir qué actitud tomo ante la vida y las circunstancias, positiva o negativa, constructiva o destructiva, de héroe o de víctima.
Y, parece que si escucho en silencio lo que quiere decirme el corazón (las entrañas, si fuera oriental) y le bajo el volumen a los gritos de mi cabeza que recita su personaje de memoria, puedo intuir algunos anhelos, sueños, heridas que, desde pequeñito, ha guardado mi personita en una esquinita del desván para ser querida y no molestar.
“La inspiración siempre aparece mientras trabajo” Picasso.
La teoría está lista. Queda ponerla en práctica. Moverme. Trabajar. No dejar para mañana lo que pueda hacer hoy, ni esperar a tener una época de mi vida que me sienta con fuerzas. Como al malagueño universal (Picasso, no el marido de Melani Grifith), nuestros pequeños avances ocurrirán mientras lo intentamos. .
En la vida cuentan mucho más los hechos que las palabras. En este momento, me toca  hablar menos (sobre todo de los demás) y actuar más, para crecer más y para ayudar a crecer a quienes me conozcan. 
Dejar de hablar (mal) de todo, de la tele-basura, de los vecinos, de los inmigrantes culpables de nuestros males, de los políticos que son una banda de bandidos, de fútbol, de lo mal que está el mundo,… Dejar de opinar por deporte sin hacer nada al respecto, dejar de tener soluciones de salón para compartirlas con el taxista o en la “fase de resolución de conflictos internacionales” que siempre aparece tras tres copas en una cena con amigos. 
Intentar actuar, y hacerlo conscientemente. Es una pena que no lo haga más a menudo. Pero cuesta. Pero es gracias a estos impulsos y a las personas que los tienen que el mundo avanza. Recordemos a G.B. Shaw que ya nos avisaba que 
"el hombre razonable se adapta a las condiciones que le rodean mientras que el no razonable adapta su entorno a él. Esto lleva a la conclusión de que el progreso depende de gente poco razonable".
Pues seamos poco razonables pero dejándonos llevar por el corazón no por la cabeza y su biblioteca de prejuicios y sus estanterías de auto-justificaciones.
La locomotora despierta y razonable y el vagón comodón y ladilla
Me gustaría ser una locomotora poco razonable. Una locomotora que tire de mi entorno, no dejarme llevar y, menos aún, poner chinas en la vía. Lo que pasa es que me es más fácil ser vagón que locomotora. Y, por eso, como en las estaciones, hay más vagones (¿fue el vehículo dio nombre al indolente o fue el indolente el que bautizó al vehiculo?) que locomotoras. 
Y somos más los pasajeros que quieren ir tranquilos en el furgón de cola, para dejarnos llevar cómodamente y tener más tiempo para criticar sin proponer soluciones posibles y constructivas (porque imposibles, pero sobretodo destructivas se me ocurren todas las mañanas de camino al trabajo –y eso que ya no escucho a Jimenéz Losantos, brazo armado de la conferencia episcopal-), mirando desde la distancia, sin correr el riesgo de equivocarnos de ser criticados ni de fracasar, porque nunca hacemos que nos exponga, nunca damos un paso al frente.
Pero si realmente quiero algo, tengo que pasar a la acción (“mover ese cochino culo” que de gritaba Eliza -Audrey Herpburn en My fair Lady- a su caballo) sabiendo cómo soy y hacía donde quiero llegar. Hacer y equivocarme antes que no intentarlo, hacer y que me critiquen antes que criticar a quien lo intenta. 
1% inspiración, 99% transpiración
Pero para actuar, primero conviene pensar un poco, pero como nos recomienda M. Yourcenar, dejando hablar al corazón (y lo justito a la cabeza) Ver dónde estamos y ver dónde queremos ir y coger fuerzas e ir a buscarlo. Sin dejarnos llevar por la corriente. Cogiendo el timón.
En segundo lugar, conviene no ser un iluso pensando que siempre que insisto consigo lo que quiero (y si no, me enfado), sino consciente de que si no lo intento seguro que no lo hago (“lo hicieron porque no sabían que era imposible” de Anónimo, ¡cómo no¡).
En tercer lugar, conviene trabajárnoslo. Para actuar en el teatro, para correr una maratón, para estudiar una carrera, no queda otra que probar y probar, ensayar y ensayar, trabajar y trabajar (no hay fórmula mágica: 1% inspiración, 99% transpiración). Porque además hay capacidades como la iniciativa, la autocrítica, la escucha activa, la escucha interior,… que están atrofiadas de no usarlas y hay que empezar poco a poco. 
Para así, en vez de paralizarme ante un problema, un ataque,…, y quedarme rumiando el problema y lamiéndome la herida, ponerme a pensar en la solución, olvidar el peligro y buscar la oportunidad. Buscar soluciones para sumar y unir. Porque me deja mejor, aunque lleve más trabajo, más esfuerzo. Igual que los aviones no despegan sino es contra el viento, son obstáculos no crezco, no me animo a coger fuerza y saltar hacia delante, a remontar el vuelo.
«Si naciera de nuevo viviría de manera diferente porque que he dedicado demasiado tiempo a prepararme para problemas que nunca se presentaron» 
JL. Borges.
Pero no nos pre-ocupemos de antemano, sino ocupémonos en lo que requiera cada momento. A cada momento lo suyo. A cada día lo suyo. No caminemos mirando la meta, porque nos perderemos lo que pasa a nuestro lado y, si tenemos mala suerte, hasta nos daremos un trompazo.
“En un pueblo había una costumbre y era que todos los adolescentes, al llegara los 16 años, debían demostrar su fuerza y resistencia subiendo una montaña muy dura y estampar su firma en un pergamino que había allá arriba guardado en un buzón. 
Uno de estos chicos, siguiendo la tradición –qué remedio, lo exigía la tribu- empezó a subir pero tras varias horas estaba exhausto y se sentó a recuperar fuerzas. De repente se dio cuenta de lo que se estaba perdiendo por correr con la mente fija en la cima: un cielo azul, un horizonte inmenso, rodeado de preciosas montañas de diferentes colores, azules, grises, moradas, con unos campos de un verde especial que quedaban separados por un torrente que jugaba a saltar de poza en poza. Y conforme pasaba el tiempo los colores, las formas, los matices eran diferentes, se transformaban. El paisaje en un instante era diferente del paisaje del instante anterior.
No subió a la cumbre. Para qué. La belleza estaba en el camino no en una firma guardada en un buzón. Al dejar de pensar en el buzón, vio el paisaje y el premio no lo encontró en la cima sino en el camino ”
Yo escribo porque en esta época me gusta escribir, me divierto mientras estoy en ello. Ahora mismo. Lo más importante no es el resultado, sino el tiempo que le dedico, leyendo, buscando, imaginando, riéndome, pensando en alguien, enfadándome porque no tiene sentido lo que escribo, alegrándome cuando un párrafo ha quedado redondo (bueno casi….). Aunque, también me haga ilusión cuando recibo algún comentario cariñoso sobre alguno de ellos. 
Esto nos ocurre también en la vida que se nos escapa pensando en el día en que… tendré… podré… habrá… cuando lo importante está en lo que vamos encontrando por el camino. Quien ha hecho el camino de santiaqo sabe que lo bonito es caminar, no llegar al Monte del Gozo, menos ahora que parece el Centro Comercial la Morea. 
“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Eduardo Galeano
Además al destino puedes no llegar pero el camino siempre lo haces y te da fuerzas para llegar más lejos la próxima vez. El sueño nos anima a caminar; sin sueños, no hay energía; sin energía, no hay vida. 
La utopía es el verdadero corazón de los seres humanos. Una persona que no sueñe con un mundo mejor no es una persona, es un desierto. No tengo interés en ir al paraíso (si creyera que lo hay, otra cosa escribiría pero…). Estoy interesado en hacer que el paraíso venga aquí (o al menos un par de palmeritas, un pequeño riachuelo y cuatro cositas más: un buen vino, un patita de jamón ibérico, una buena compañía, una conversación nutritiva,... ). 
Así que a trabajar. Y qué mejor forma de hacerlo que aprendiendo en mi relación con los demás, ensayando nuevos retos, probando nuevos sueños, creando nuevas ilusiones.

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