24 de abril de 2011

La increible historia de Emily (y III)

1988. Australia 8 – Aborígenes: 5

En Octubre de 1988 se presenta en Nueva York, centro mundial del arte contemporáneo en aquel momento, la primera exposición a gran escala de arte aborigen. “Dreamings: the art of Aboriginal Australia” que sorprende y fascina a sus visitantes y que, tras su éxito, viaja a Chicago, Los Angeles y, después, a Melbourne y Adelaida, ya en Australia.

“¿Sabes? Yo nací justo cuando abuela empezó a pintar y hacerse famosa. Y mamá me cuenta que muchos de los cuadros más alegres los pintó cuando yo nací y cuando le dijeron que yo me llamaría Emily se puso a reir, se metió en su cuarto y ¡no paró de pintar en dos días!”.


1992 Australia: 8 – Aborígenes: 6

No es hasta 1992 cuando la Corte Suprema de Australia legisla a favor de Eddie Mabo y otros aborígenes en un caso en contra del Estado de Mainland reconociendo los derechos tradicionales sobre la tierra del pueblo de los Meriam, población indígena de las Islas Murray. Esta decisión revoca el concepto de “terra nulis” e introduce el Native Title que permite a los indígenas de toda Australia reclamar sus tierras ancestrales con las que tengan vínculos culturales y políticos.

Emily me suelta la mano, se acerca a ver un cuadro de “la mejor amiga de su abuela” y casi sin voz me dice “Un día el Gran Djankawu le pidió a abuela por favor que se fuera con él para decorar el Jukurrpa, el lugar donde volvemos los Anmatyerre para ayudar desde allí a los que se queden aquí cuando lo necesiten. Y a abuela le pareció buena idea. La noche que se iba a ir, me dio un beso, me miró a los ojos y me dijo que ella estaría conmigo siempre que yo me acordara de ella, siempre que viera sus cuadros y siempre que contara a otros niños y niñas y mayores la historia que te he contado. ”

Se calló unos instantes y me preguntó ilusionada “¿Te ha gustado la historia?”

“Maravillosa, Emily, no la olvidaré nunca y se la contaré a mis hijas Paula y María, dos preciosidades como tú” respondí emocionado.

1997. Australia: 8 – Aborígenes: 7

La artista Emily Kame Kngwarreye (1910-1997) representó a título póstumo a Australia en la Bienal de Venecia, centro del arte vanguardista, fiesta y referente del arte contemporáneo en Europa, reconociéndose así a una de las artistas más significativas de la historia de la pintura australiana y convirtiéndose en la primera artista australiana invitada a este evento.

Emily, como buena parte de los aborígenes de Australia central, trabajaba como cuidadora de vacas y pastora de camellos desde niña. Esta gran dama nacida en los infinitos pastos del centro de Australia empezó a pintar en lienzos y con pintura acrílica con ochenta años –“¡¡40.000 años, me corregiría su nieta, que su abuela no miente”- aunque había pintado durante décadas en ritos ceremoniales de su tribu en las tierras, en los árboles, en los cuerpos de su gente y conocía todas las tradiciones orales, los secretos del Jukurrpa.

Su imagen, su pasado, su dignidad y su maestría, primero con sus pies y sus manos, luego con el pincel la convierten en referente del arte aborigen de ahora y de siempre. ¡Agridulce gloria la que no pudo disfrutar, que une Australia con Holanda, a Emily Kame con Van Gogh, casi 400 años después de que el capitán holandés Carstenz viera a los Anmatyerre como desechos humanos!

Qué mejor homenaje que las palabras del crítico de arte holandés Jhim Lamorre quien escribió que las pinturas de Kngwarreye estaban “entre las más bellas y más originales obras de arte que había visto nunca en la Bienal de Venecia”

Sirva este historia de homenaje y agradecimiento a Emily Kame por hacerme sentir lo que sentí y a y su vivaracha nieta que con sus grandes ojos brillantes me despedía sonriendo mientras me hacía prometer que volvería con María y Paula, mis hijas, para que se compartieran las historias de sus abuelas, porque mi madre –así le dije y tampoco miento- vivió casi tantos años como abuela Emily Kame.

Me fui no sin antes disfrutar una vez más de Summer Celebration, una explosión de color, de vida, de esperanza espectacular. Me paré, me senté y me quedé admirando el enorme cuadro -3 metros de largo por 1,5 de alto-, viendo la nube de miles y miles de puntos de colores, como una gran fiesta de fuegos artificiales. Tras décadas de humillaciones, destierro y sufrimiento surge la dignidad y la fuerza de vivir y, en el último tramo de su vida, abuela Emily Kame es capaz de sacar su energía, su vida y de expresar tanta alegría en un cuadro.

Junto a éste, Amnooralya Aewlye, es uno de sus últimos cuadros cuando ya había perdido prácticamente la vista: sobre un lienzo con fondo negro –la piel del aborigen- se cruzan serpentinas de colores rojos, azules, amarillos,… que representan la lluvia, la energía, que se desliza sobre el cuerpo y lo llena de vida.

Unas lágrimas se escaparon de mis ojos y sentí, fueron unos minutos, algo parecido a lo que los filósofos tratan de definir y los libros de autoayuda de conseguir y todos de vivir y que llaman… … felicidad. Quise compartir este momento y aprovechando las ventajas de la tecnología un sms voló desde Utrecht, atravesando un cuadro tan bonito como su título y tan increíble como su autora, y llegó al móvil de dos personas con las que quería compartir este momento.

2008. Australia: 8 – Australia: 8

12 de Febrero de 2008. El Primer Ministro de Australia pide públicamente perdón a todas las personas indígenas de la nación. De esta manera, da un paso que los gobiernos anteriores no habían querido dar –con la cobarde excusa de que habían sido otros y no ellos quienes habían cometido las tropelías-, afronta el pasado y el presente de la “Generación Perdida” y da el paso definitivo para la reconciliación de los dos Australias.

Qué maravilloso pensar que de la unión de la técnica occidental y el imaginario y figuración aborigen se haya llegado a un nuevo movimiento de arte contemporáneo. Completamente nuevo. Y que ahora es fuente de inspiración a pintores de todo el mundo y fuente de placer para los amantes del arte y, estoy seguro, de los que no lo son.




Hoy en día, estas pinturas son para las cooperativas aborígenes una fuente de ingresos (no solamente de arte vive el hombre…) algo que, guste o no, necesitan en este nuevo mundo. Pero, a pesar de todo, mantienen su cultura y su secreto, su Jukurrpa, su diseño y contenido es de su absoluta propiedad cultural. Nadie puede quitarles los diseños ni menos imponérselos. Pueden imitarlos pero no serán verdaderos porque no tendrán su alma.

Es reconfortante ver que la mezcla respetuosa enriquece mientras que el desprecio y prepotencia envilecen. Ojala aprendamos alguna vez esta lección para que como decía Daniele en la introducción de su libro, nuestros hijos y nietos tengan un mundo mejor.

Utrecht, por la tarde

Salgo a la calle. Un sol inusual ilumina las casas apretujadas que se asoman al canal, se nota alegría por las calles, las terrazas están llenas de gente, las bicicletas alegran el ambiente con sus timbres de aviso. Sonrío. Un señor de barba blanca con un cartel-anuncio nos da la buena nueva: “Jezus is onder ons” (Jesús está entre nosotros). “Puede ser, – pienso- pero se prodiga poco”.

Son las 3 de la tarde, hora de comer española y de merendar holandesa. Ya juntos chicos y chicas, comemos en una terraza a la orilla del canal, a 10 metros bajo el nivel del mar -confiamos en los ingenieros civiles holandeses y en que los diques que hicieron Holanda no sean como los de Lousianna americana que se desmoronaron con el Katrina tras rechazar la tecnología holandesa (el imperio en decadencia prefiere gastar sus dineros en otros menesteres)-.

El día se acaba con un paseo en un pedalo por los canales por expreso deseo de Paula y María que nos permite hacer un poco el ganso en un día de tantas emociones y poner a prueba la paciencia de los que tratan de disfrutar de una tarde tranquila en una de las terrazas como la que acabamos de estar.

Me encuentro feliz. Y no puedo evitarlo,… hago equilibrio en el pedalo y, antes de que mis hijas me retengan y me digan, con toda la razón, que no sea patético, canto, en esta especie de Venecia nederlandesa, la canción universal del amor y la alegría por excelencia:

‘O sole mio
sta ‘nfronte a te!
‘O sole, ‘o sole mio
sta ‘nfronte a te,
sta ‘nfronte a te!

La Haya, anochece

Hemos cenado y la familia se acuesta, las luces en la ciudad se apagan, los tranvías bajan su frecuencia hasta dejar de pasar, los últimos ciclistas apuran las pedaladas que les lleven a sus hogares, y solamente el chirrido de algún coche dejándose las ruedas al arrancar (también en Holanda hay macarras al volante) rompe el silencio.

Yo estoy inquieto. Demasiadas emociones para alguien como yo que las filtra poco. Vuelvo a hacer sonar las canciones de Souvenir…

Je voudrai savoir plus du passé
Et toi tu t'en fais pour l'avenir
Moi je pense que tout est fini
Toi, que ça n'a fait que commencer
Yo querría saber más del pasado
Y a tí solo te preocupa el futuro
Yo pienso que todo está acabado
Tu, que no ha hecho más que comenzar


Ojeo el catálogo de la exposición y a mi cabeza vienen Emily Kame, Yumtjin, Marrnyula, Tjumbo,… impronunciables nombres que esconden una vida de sufrimiento y dignidad a partes iguales y de una cierta victoria, agridulce, pero victoria en definitiva de los que suman sobre los que restan, de los que crean sobre los que destruyen, de los que buscan la diferencia frente a los que buscan el punto de encuentro, del respeto sobre el desprecio. Y me acuerdo de Emily y la historia de la abuela que murió a los 40.000 años.

¿Increíble? Ni hablar, “abuela Emily Kame nunca me mentía”.

Y me quedo convencido que André Bretón, cuarenta años después de aquel 1929, al escribir “Primero, ama. Siempre habrá tiempo, más adelante, de preguntarte sobre lo que amas, hasta el punto de no querer ignorar nada sobre ello” quiso disculparse ante esa Australia aborigen que, por su propio y surrealista desconocimiento, no aparecía en el mapa mundial de la creatividad que su grupo creó.

Al menos a mí, me dejó una frase que no puede mejor expresar

que no puedo odiar lo que no conozco
y es difícil odiar cuando realmente lo conozco,
que dejando a un lado mis perjuicios,
mis ideologías,
mis verdades incontestables,
mis razones irrefutables,
mis costumbres inmemoriales,…
me encuentro con la otra persona,
tal y como es,
con toda su riqueza.

Y en ese momento, es imposible odiar.



Creación de la tierra (1,5 m*3,20 m) Emily Kame Kngwarreye

Apago las luces y me acuesto razonablemente feliz.

Dnl

16 de abril de 2011

La increible historia de Emily (II)

1788. Inglaterra: 4 – Australia: 0

Australia es declarada “terra nullius”. Según nos explica Emily, que demuestra ser una niña muy estudiosa, implica que las nuevas tierras no tienen dueño y que los indígenas no existen en relación a la ley británica-. Y casi a la vez, llega a la actual Sydney la primera flota que transporta reclusos –compuesta por 736 hombres, mujeres y niños-.

“Abuela Emily Kame no estaba nada contenta con esta nueva invasión pues eran gente maleducada y muy desagradable que les trataban como si no fueran personas”. Por eso, las primeras veces que se encontraron los aborígenes australianos con esta primera flota cargada de presidiarios llevados al penal de New South Wales. Emily, bajando la mirada para que no pueda ver una lágrima que resbala por su mejilla, prosigue “hubo peleas y más peleas, muertos y más muertos, mucha pena y mucho dolor para nuestra tribu porque eran más y más fuertes”.

“Los Anmatyerre con sus primitivos instrumentos de caza les amenazaban y gritaban “!Warra, Warra¡” –que, me traduce Emily, significaba: !Marcharos¡-“pero lejos de asustarse los ingleses les robaron las tierras, los collares, todo lo que pudiera tener valor y secuestraron a muchas de sus mujeres, entre ellas a tías Papunya y Tuwa, hermanas de abuela Emily Kame”. Esta vez quien desvía la mirada para evitar que Emily vea mis ojos llorosos, soy yo.

1803. Inglaterra 5: Australia: 0

“Abuela Emily Kame siempre estaba de buen humor. Me reía mucho con ella. Me enseñaba a pintar con los dedos y con las manos y me explicaba qué significaba cada signo y porqué elegía un color. Todo tenía que ver con la historia de la tribu. Pintábamos juntas mientras me contaba divertidas historias. Decía que yo tenía que ser fuerte, no quedarme quieta y trabajar por un mundo más justo que el que ella había vivido. Que había que ser fuertes. Pero cuando contaba esta parte de su vida siempre se ponía triste y sus ojos se humedecían”.

Abuela Emily Kame, recuerda Emily, tras estar unos segundos en silencio, continuaba: “Llegaron malas noticias de otras tribus. Los recién llegados mostraban una total falta de sensibilidad y comprensión hacia nosotros. Prácticamente eliminaron a nuestros hermanos de la isla de Tasmania enviando a los pocos supervivientes a la minúscula isla de Flinders. Además, muchos miembros de nuestra tribu y de otras morían por las enfermedades que traían los colonos para las que no estábamos inmunizados ni conocíamos las plantas ni remedios con qué curarlas. Ni siquiera el Gran Djankawu parecía poder ayudarnos”.

Tras contarme esto, Emily, un poco decaída, se queda mirando a un cuadro de la exposición de su abuela –Summer dreaming, una explosión de color y energía-. La dejo sola unos instantes y leo unas reseñas que relatan cómo

“los baños de sangre son práctica habitual hasta los primeros años del siglo XX para cuando el número de reclusos enviados es ya superior a los doscientos mil. De las 500 diferentes lenguas y dialectos que se hablan antes de 1788, solamente queda una tercera parte de las cuales únicamente 50 se utilizan en la actualidad en la vida diaria”.

“Los objetos expoliados entre los siglos XVIII y XIX se exponen en Paris en 1919 en una exposición en la que el catálogo subraya que los aborígenes australianos son gentes primitivas sin arte”.

Emily me vuelve a coger la mano y tirando de mí, impaciente por avanzar, pasamos a otra sala en la que nos sentamos para admirar los cuadros de otros artistas y, todavía con semblante triste, me dice que uno de los días más tristes para su abuela fue cuando, siendo ella ya mayor, en 1901, los seis estados de Australia se unen formando una nación, fundando la Commonwealth de Australia, declarando Camberra su capital y apropiándose los colonos del término australianos. Los “salvajes” indígenas dejan de ser australianos y pasan a ser aborígenes. “Decía mi abuela que primero nos quitaron las tierras, luego parte de la familia, luego el nombre. Solamente nos quedaba el espíritu del Gran Djankawu y la dignidad de sentirnos mejores”.

Por aquella época, en Europa, Paris 1929, los surrealistas -entre los que se encuentra André Bretón, referente del movimiento- publican un mapa del mundo donde el tamaño de cada país era proporcional a su arte y su potencial creativo. En ese mapa Australia aparece como una isla del tamaño de Ibiza. Para la intelectualidad europea, Australia no tenía arte.

1945. Australia (los colonos ya se han apropiado la “denominación de origen”): 6 – Aborígenes: 0

“Abuela Emily Kame siempre lloraba de rabia cuando nos contaba que tras la una guerra mundial que los ingleses llamaban la segunda, mi abuela y su tribu fueron obligados a vivir en reservas y misiones mientras la gran mayoría de australianos blancos vivían como si no pasara nada. Fíjate si les trataron mal que a mi madre, que era pequeña como yo, no le dejaban ir a la piscina, ni al cine ni al teatros donde iban los blancos”.

Un apartheid a la australiana, pienso para mí, menos conocido, quizás por faltar un Steve Biko al que cantara un Peter Gabriel o un Mandela, o quizás por estar muy lejos, o quizás porque quien mandaba era el imperio vigente, el anglosajón, o quizás porque aquí en Europa teníamos bastante con nuestra propia guerra, o… qué más da. Dejo esos pensamientos y me concentro en un cuadro precioso espectacular, como todos los de Emily, que otra chica, junto a nosotros, mira con la misma atención…



“Abuela Emily Kame se puso muy triste por aquellos días. Al estar alejados de su tierra a la que se sentían tan unidos, los ancianos y ancianas como ella perdían su autoridad. Les prohibían viajar por lo que no podían ir a sus lugares sagrados y cumplir con el Gran Djankawu. Sin poder hacer eso, sentía que no eran nada, se sentían abandonados.” Cuenta Emily sin mirar al cuadro sino al sol que entra por la ventana iluminando parte del cuadro y dándole un aire mágico.

1953: Australia-Inglaterra (nuevos fichajes): 7 – Aborígenes: 0

Tras la segunda guerra mundial, comienza la carrera atómica. Un área del sur de Australia, donde muchas tribus aborígenes continuaban llevando vidas seminómadas, pasa a ser zona de pruebas nucleares del ejército británico.

Leo en el folleto que por aquella época, algunas personas como el artista Albert Namatjira y el actor Robert Tudawali, de origen aborigen ponen las primeras semillas como personajes públicos socialmente conocidos (el más glamouroso cuerpo de hielo, Nicole Kidman, todavía no existía). Pero todavía ni la sociedad ni la clase dirigente hace nada al respecto.




1910-1960. Australia: 8 – Aborígenes: 0

Emily coge mi mano con su manitas morenas, como si tuviera miedo a que lo que le pasó a su madre le fuera a pasar a ella misma y agarrándome fuerte me cuenta como “cuando mamá tenía doce años, fue apartada de abuela Emily Kame, porque decían que tenía que olvidarse de sus antepasados, sus dioses y sus tradiciones y aprender a vivir como personas civilizadas. No solamente mamá, muchas de sus amigas fueron secuestradas. A mamá le enviaron a un orfanato, a su mejor amiga a una familia de acogida. A las dos les obligaron a hablar el inglés. Abuela cuenta que fue el día más triste de su vida y que pedía todos los días al Gran Djankawu que le diera fuerzas y sabiduría a su pequeña Tula y que hiciera todo lo posible para recuperarla”.

Le miro a sus grandes ojos y veo una lágrima que cae por su mejilla. Pienso que no hay nada más triste que ver llorar a un niño por haber perdido un ser querido.

Pero de repente su tristeza se convierte en sonrisa y acelerada me cuenta que eso fue “lo peor de lo peor” pero que cuando mamá creció las cosas mejoraron. “¿Sabes qué?- me pregunta- “Cuando mamá cumplió veinte años personas buenas empezaron a organizar campañas a favor de nuestros derechos y de todas las injusticias hecho con abuela Emily Kame y mamá Tula”.

Segunda parte del partido

1967. Australia: 8 – Aborígenes: 1

Todo empezó un 27 de Mayo de 1967, veintitrés días antes de que naciera quien escribe estas líneas y veinticuatro de que naciera la bella Nicole Kidman, se celebra un histórico referéndum por el que la población de Australia garantiza a la población aborigen la plena ciudadanía y el derecho al voto.

“¡¡ Ese día fue super especial!!” grita Emily sin poder reprimir unos saltitos de alegría y mirarme con una de las sonrisas más bonitas que me han regalado. “¡¡Además, mamá había conocido a papá y se habían hecho novios!!” Me dice mitad divertida, mitad avergonzada como cuando mi hija Paula nos ve darnos un beso a Ana y a mí y se mete en medio no sé si para separarnos o para sentir calorcito, protección y ocultar su alegría…

1971. Australia: 8 – Aborígenes: 2

Junto a una foto de una escuela rural cuyas puertas y paredes aparecen pintadas, leo como Geoffrey Bardon, 31 años, acepta en 1971 un puesto temporal de profesor de arte en un asentamiento aborigen en el desierto australiano central. Dice la reseña que, tras unos meses de trabajo, no consigue motivar a sus alumnos. En su diario, Geoffrey anota “aparte de una larga lista de enfermedades como la hepatitis, la gastroenteritis y la sífilis, la que con mayor fuerza mata a esta gente es la desesperanza que les lleva a abusar del alcohol y esnifar gasolina”.

El arte que les enseña y los temas que les propone no parece despertar la curiosidad de sus pupilos. Es él en cambio quien empieza a interesarse por los diseños gráficos realizados por sus alumnos a hurtadillas. Un día, les propone que pinten lo que quieran en las blancas paredes de las clases y de los pasillos del colegio ganándose el mote de Mr. Patterns (Sr. Dibujos).

Los alumnos que pintan lo hacen siguiendo instrucciones de un anciano, Wallangkarri Tjakamarra, Old Mick, el “kirda”, el depositario del Jukurrpa de la tribu. Preguntó a Emily qué significan Jukurrpa, para ahora que la veo más animada, oírselo contar a su manera:

“!!Pues son las cosas que les pasaban a nuestros dioses, que vivieron aquí antes de que naciera yo y antes de que naciera mamá y antes de que naciera abuela Emily Kame¡¡. ¡!Mira, ahí se ve que juegan y ahí que estén enfadados y mandan un rayo y ahí –se sonroja- se ven unos dioses abrazados…-“

Los juegos, conflictos y enredos amorosos de los dioses van originando el paisaje de la tierra australiana y los códigos de comportamiento sexual, familiar y social beneficiosos para los Anmatyerre - que han sido transmitidos de generación en generación por los abuelos hasta depositarlos en Old Mick. Yo no distingo nada de lo que me señala Emily. Ella sabe leerlo y yo no. Lo que sí veo es color, color y más color. Vida, vida y más vida. Tras la humillación, esperanza, esperanza y más esperanza.




Emily me cuenta cómo Bardon puso a su disposición telas, lienzos, tablas, pinceles, pinturas, con las que los alumnos dibujaron diseños cuyo significado contenían el espíritu de su cultura, diseños que habían tenido soportes efímeros hasta ahora –el cuerpo, la cara, los brazos, la tierra, las rocas, los árboles,…-, figuras mágicas que tenían como fin durar únicamente el tiempo del rito, de la plegaria, de la ofrenda, del recibimiento, de la despedida, de la alegría, de la celebración o de la victoria.

En poco tiempo, se produce una pequeña revolución pacífica y artística: más de treinta hombres y mujeres comienzan a pintar en cualquier superficie que encuentran: baldosas, paneles de madera, cortezas de árbol, fruteros, vajillas,….

1973. Australia: 8 – Aborígenes: 3

Bardon deja la escuela dos años después pero su sustituto, Peter Fannin, coge el testigo. Al ver su foto en la exposición, Emily no puede contener un grito de excitación “¡¡Ése es el profe de pintura de abuela Emily Kame; él le enseño a pintar y le dijo que aunque tuviera tantos años, haría cuadros muy bonitos porque ella ya pintaba en la arena con sus dedos y en los cuerpos de las mujeres de su tribu y con todos los colores que le iba a dejar haría cuadros todavía más bonitos¡¡”

Fannin, con renovadas fuerzas como coordinador, extendió estas cooperativas de arte por el resto de asentamientos, gestionando y enseñando a gestionar estos centros, comercializando y enseñando a comercializar sus pinturas y, lo que es más importante, protegiendo los derechos de los artistas, menos universales y menos valiosos que su cultura y dignidad recuperada. Además, las pinturas permitieron a algunas tribus hacer valer sus derechos históricos sobre la tierra al ser capaces de representar de memoria con planos-pinturas dónde estaban.

1976. Australia 8 – Aborígenes: 4

La Ley de los Derechos sobre las Tierras de los Aborígenes, vigente en la región del norte, permite a sus propietarios originarios reclamar su propiedad y las tribus aborígenes de esta zona de Australia dejan los asentamientos y reservas para irse a vivir a sus paisajes natales.

Emily, cada vez más contenta, me cuenta que “al final mamá y papá pudieron irse a vivir con la abuela y que ya no se volvieron a separar hasta que el Gran Djankawu le pidió a la abuela que se fuera con él a pintarle cuadros tan bonitos como los que pintaba aquí…”. Esto último lo dice con orgullo y pena.

10 de abril de 2011

la increible historia de Emily (1 de 3)

la increible historia de Emily (de Utrecht a Utrecht pasando por Australia)

“Aimer, d’abord. Il sera toujours temps, ensuite,
de s’interroguer sur ce qu’on aime jusqu’à n’en vouloir plus rien ignorer”.
André Breton, 1962.

Amanece en La Haya

Me levanto, con cuidado para no despertar a las chicas, voy al salón y busco uno de los miles de discos de música pop que David tiene y que nos está descubriendo y enseñando a disfrutar con sus apasionadas explicaciones. Elijo el grupo “Souvenir”.

Por la ventana veo cómo la ciudad se despierta. Me encantan estos momentos, solo, por la mañana. Los coches, ciclistas, tranvías, circulan silenciosamente como si no quisieran romper este momento. Repaso la guía turística para ver lo que se puede ver en Utrecht –recomendación expresa de nuestros anfitriones David y Gabriela-.

A juzgar por la guía Utrecht promete bosques frondosos en Heuvelung donde perderse con la bicicleta, numerosos castillos en Amerongen y Wijk bij Duustede -tradicional lugar de descanso de mercaderes y terratenientes acaudalados de Amsterdam a partir de los siglos XVII y XVIII-, pueblos de ensueño como Amersfoort –parajes idílicos donde en los años 40 del siglo pasado, prepotentes esbirros de la locura humana, la ira, el odio y la guerra instalarón un campo de concentración- o preciosas vistas en el Lage Vuursche -muy popular entre los excursionistas me indica la guía-.

En la propia ciudad de Utrecht nos recomienda no perdernos los canales que encauzan el río Oudestracht, antes ruta clave para la economía de la ciudad, ahora lugar de paseo para sus habitantes; el Centraal Museum; las viejas murallas de la ciudad junto a los canales que rodean la ciudad, lugares idílicos para jóvenes y no tan jóvenes enamorados; las Pallaskameren -asilos construidos en 1651 por Maria van Pallaes se ofrecía alojamiento gratuito, comida y bebida (cantidades moderadas puntualiza la guía…) cada día-, el museo holandés del ferrocarril, el observatorio del siglo XIX,….

Mientras no se despierta el sector femenino de la familia, aprovecho para seguir leyendo “The Global Commonwealth of Citizens” de Daniele Archibugi. Aunque solo sea por el delicioso final de su introducción –“este es uno de esos libros peligrosos escritos con la esperanza de que nuestros hijos y nietos tengan un mundo mejor. Ese mundo mejor ciertamente no se lo podemos garantizar pero, al menos no nos podrán reprochar el haber ignorado el reto”- merece la pena intentar leerlo.

Retomo la lectura en el que el autor duda, no me extraña, de las intervenciones humanitarias y sobre el deseo aparentemente bondadoso y altruista de convertir a sus valores a todo el mundo.

En él, el autor subraya algo que, no por estar claro, a veces olvidamos:

“…puertas adentro defienden la libertad y los derechos democráticos de sus pueblos, pero puertas hacia fuera se comportan como una dictadura más poniendo a su disposición los medios más innobles para atacar al que no piensa como ella y tiene lo que anhela ella…”,

“…y sus esfuerzos por convertir a los bárbaros a la libertad y la democracia se han convertido en eslóganes publicitarios para realmente defender intereses creados y atacar al enemigo, con una maquinaria de propaganda que no solo no demoniza sino que santifica sus acciones convirtiendo los crímenes de guerra en daños colaterales, la agresión en prevención y la tortura en interrogatorios coercitivos”.

Se despereza la familia, dejó el libro y preparó zumo, tostadas y horchata; un desayuno a la altura de este día.

Utrecht, por la mañana

De Laan van Roos en Dorn (calle de la rosa y las espinas) en tranvía a Den Haag Centraal Station; en cercanías hasta Utrecht Centraal Station. De Utrecht Centraal Station, atravesando un megacentro comercial que une la estación con la ciudad, al centro de Utrecht.



La ciudad es deliciosa, surcada por canales, puentes pintorescos, calles estrechas, jardines cuidados que vamos disfrutando y, sobre todo, cafés sillas dispuestas como a mí me gusta: mirando al paseo para no perderte nada. Sentados los cuatro, mirando a la gente pasar, disfruto viendo bicicletas y bicicletas de todos los tamaños y diseños, colores y estampados, con la más surtida gama de complementos para bicicletas uno hubiera imaginado (lleva-niños, lleva-ancianos, tándems, con cestas, con maleteros, con quita-vientos, con sidecar para niños, con minimotores por si hay un repecho,…) ¡Cómo me gusta ver pasar gente e imaginar por sus caras, por sus vestimentas, por sus bicis,… a dónde irán, a quién van a buscar,…!

Compartimos terraza con un amable matrimonio nativo que nos enseñan nuestras primeras y casi últimas palabras en neederlandés “dank u well” para dar las gracias, “dag” para decir adios, “Heel roed”, muy bien y “Tot zines” con las que nos despedimos (hasta pronto).

Hacemos dos grupos, uno –las chicas- al museo del tren otro –el chico- que prefiere seguir deambulando y, como ocurrió, sin querer, encontrarme con el Ab Original At Museum desde cuyo inmenso ventanal veo cuadros llenos de color que, a pesar que suelo preferir pasear que ver museos, me animan a entrar.

Australia, al mediodía

Los primeros cuadros me llaman la atención por el colorido, por el punteado infinito y vital que tienen muchos de ellos, por lo incomprensible de su contenido, por lo atractivos y alegres que resultan. Una niña de unos 12 años me sonríe, me da la mano y me dice: “Hola, me llamo Emily. Ven que te presente a mi abuela, Emily Kame” mientras me lleva ante una foto de una señora muy anciana, de tez oscura, con el pelo recogido bajo un pañuelo, ataviada con vestido amarillo, cuyos pequeños ojos nos miran con curiosidad.




“Esta es mi abuela, murió hace poco, tenía muchísimos años, casi cuarenta mil. Ella me decía que más de cuarenta mil. Y yo le creo. Mi abuela nunca me mentía”. Y empieza a contarme la historia de su longeva abuela que yo, como futbolero que soy, no puedo evitar verla como la retransmisión de uno de los partidos más apasionantes, maravillosos, duros y bonitos que he visto. Escucho, observo, aprendo.

Emily me empieza contando que cuando su abuela nació en Australia, donde era un bebé aborigen de la tribu de los Anmatyerre cuando unos señores muy violentos, procedentes de lejos, llegaron…

Tal y como la va contando Emily, parece un desigual partido entre el combinado de dos de las mejores selecciones del mundo, Inglaterra y Holanda, en los campeonatos mundiales de los siglos XVII y XVIII, y la Australia aborigen, poco preparada y mal entrenada para este tipo de encuentros.

40.000-1606 Australia. La previa del partido.

Emily me cuenta historias que le contaba su abuela mientras su abuela hacía lo que más le gustaba: pintar. Me dice que “nuestra gente desciende del Gran Djankawu quien vino de la isla de Baralku cruzando el mar. Nuestros espíritus vuelven a Baralku cuando mueren. Djankawu vino en su canoa con sus dos hermanas, siguiendo el lucero del alba que le guió a las costas de Yelangebara en la costa este de la Tierra de Arnhem. Ellos caminaron a lo largo del campo siguiendo las nubes de la lluvia, cuando querían agua, clavaban un palo en la tierra y el agua manaba en abundancia. Ellos nos dejaron los nombres de todas las criaturas de la tierra y nos enseñaron nuestra Ley”

Emily detecta mi sonrisa ante la ingenua pero preciosa historia de la creación y se enfada un poco, apartando por un instante su manita de mi brazo. “Esta es nuestra historia” –afirma-. “Otros pueblos tienen sus propias historias de cómo se crearon sus montañas y sus ríos, cómo sus tribus crecieron y cómo vivieron. Y también son verdad. Porque descienden de otros dioses también buenos como los nuestros –y zanja el tema-.

Los padres de mi abuela vinieron a esta isla hace 40.000 años –prosigue-. Y abuela Emily Kame nació en ella. Me cuenta cómo los ancianos de la tribu sabían muchas cosas sobre las estrellas, sobre la tierra, las plantas y los animales porque los necesitaban para vivir. Además, se pintaban para rezar y cantar y bailar para pedir al Gran Djankawu que no les faltara de nada.

Me cuenta toda orgullosa que “con todo lo que sabían eran capaces de sobrevivir en lugares donde tú hubieras muerto en cuestión de días”. Se ríe mientras me mira. “Es que -prosigue- abuela Emily Kame y su familia aprovechaba cualquier cosa para vivir”. Señalando una estantería del museo me enseña unos miru, boomerangs pintados con diferentes escenas de caza y de figuras geométricas. “Abuelo Twana inventó el miru para poder cazar con más facilidad”.

“Abuela contaba que no podían alejarse de su tierra, que para ella, era su vida: su cultura, su historia, sus creencias, su alimento”. Abre sus grandes ojos negros y prosigue: “hace 15.000 años, abuela era ya mayor –aclara- los campos se secaron y los lagos se evaporaron convirtiéndose en desiertos y tuvieron que empezar a comer otras hierbas, otros animales más pequeños y aprender a buscar agua bajo la tierra”.

“Abuela Emily Kame, cuando contaba esto, me decía: somos unos supervivientes que durante todo ese tiempo hemos sido una de las culturas más ricas de la tierra, capaz de desarrollarnos y mantenernos hasta hoy día en que tú, mi pequeña Emily, seguirás haciéndola crecer con tus ideas, tus dibujos, tu imaginación desbordante, tu bondad y transmitiéndola como el tesoro que es”.

Primera parte

1606. Holanda: 1 – Australia: 0

Emily, al recordar esta parte de la vida de su abuela, se pone más seria. Me cuenta como, una tarde, su abuela paseaba en brazos de su madre por la playa cuando vieron que un barco de nombre Duykfen y que luego resultó pertener a la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales se acercaba a la costa oeste de la actual Península de Cape York. Y muy enfadada recuerda lo que el Capitán Carstensz dijo de ellos: “nativos” que son “los más pobres, desgraciados y miserables desechos” que había visto en su vida. “!!No sabía nada de nosotros y nos insultaba¡¡” suelta Emily con gesto dolorido.

Y me cuenta también que los primeros contactos entre esos señores y los Anmatyerre cuando los marinos pisan tierra firme son muy violentos. Hay escaramuzas en las que ambas partes sufren bajas.




1770. Holanda-Inglaterra (vienen nuevos fichajes, que serán titulares): 2 – Australia: 0.

Poco después, prosigue Emily, llegó a la isla un famoso explorador, el capitán James Cook, que, cuenta indignada “por todo el morro dice que toda la costa Este de Australia, donde vivía mi abuela, era del Rey Jorge III de Inglaterra. ¡Ese señor quería robarnos nuestra tierra¡”. Como tratando de no enfadarse demasiado con este episodio, dice, señalando un libro abierto en una vitrina que parece un diario: “por lo menos mira lo que escribió de nosotros…”. En su diario de abordo, el joven explorador había anotado:

“…a alguno puede parecerles la gente más miserable de la tierra, pero en realidad son mucho más felices que nosotros, los europeos, desconociendo por completo no solamente las superfluas sino hasta las más elementales comodidades que afanosamente buscamos en Europa; son felices sin conocer su uso. Viven en una paz y tranquilidad que no la rompe la desigualdad de su condición”.

A partir de ese día, estas tierras dejaron de llamarse Nueva Holanda (“pobres” holandeses pienso; cada vez que llamaban a un lugar Nuevo Algo -Nueva Amsterdam, Nueva Holanda,…- llegaban los británicos y le cambian el nombre por Nueva York y, en este caso, Nueva Gales del Sur). Y los holandeses tuvieron que irse con las maletas y sus barcos a otra parte.

1783. Inglaterra (el equipo naranja abandona por lesión): 3 – Australia: 0

Contaba la abuela que aquellos marinos que llegaron les dijeron que, de ese día en adelante, Australia pasaría a ser una colonia más del Imperio Británico y que, apunta Emily, “tendrían un nuevo jefe de la tribu, el Rey de Inglaterra, muy rico y poderoso y que vivía tan lejos que nunca le llegarían a conocer. Su abuela, al principio, no notó mucha diferencia con el cambio”.

3 de abril de 2011

Iguales pero diferentes, diferentes pero iguales

¡Cuánto tiempo dedicamos durante la infancia y la adolescencia al estudio de materias como la lengua, las matemáticas, la historia, la filosofía, los idiomas, y luego, durante nuestra formación como profesionales ampliamos los temas en que debemos especializarnos (derecho, ingeniería civil, periodismo, finanzas,…)!

Sin embargo, la atención a aspectos tan fundamentales como el comportamiento humano, la verdadera comunicación, la comprensión de nuestra psicología y la de los demás, queda relegada en la mayoría de los sistemas educativos que dedican más horas al conocimiento del medio –ríos europeos… capitales de europa…. tipos de climas…- por no hablar de las tribus de david, los valores cívicos –como lista que se aprende de memoria- que al conocimiento del propio individuo.

Y no se trata de conocer “el ser humano” que se da en filosofía sino del individuo (no sé individua es correcto… ¡!exministra Bibiana manifiéstate y corrige el corrector de word…¡¡) en particular, de ese adolescente perdido en medio de dos etapas o de ese joven alevín de adulto, que cuando se ve movido a mirar a su interior, e intenta entenderse, con frecuencia deja de hacerlo porque tiene más preguntas que respuestas y, despavorido, sale hacia la siguiente actividad menos arriesgada –ver la televisión, beber, huir,…-.

Pero muchas veces es tarde y ni siquiera con libros salvadores de algún gurú de vender libros… digo… de la felicidad –coelo, marcos rojas,…- logran darnos unas mínimas pautas para lograr poner en marcha los minimúsculos emocionales que llevan cuarenta años sin utilizarse.

Por eso no nos debe extrañar que, en el día a día, a menudo, no nos resulte nada fácil establecer relaciones positivas con otras personas: si me cuesta trabajar con el que no piensa como yo, si no consigo despertar el interés de mi jefe hacia alguna propuesta, si no entiendo en general a los hombres (a las mujeres ya ni hablamos..¡).

Y la necesidad de ese entendimiento es cada vez más crítica porque ahora tenemos más contactos con otras personas que en ninguna otra época, en la calle, en el trabajo, en la familia,… y se nos plantean exigencias mayores en las habilidades de relación. Porque cada persona es diferente, cada persona tiene una inmensa amplitud y variedad de “cosas suyas”, y las cosas que les emocionan, les preocupan, la forma de relacionarse, de valorar las cosas como buenas o malas, aceptables o inaceptables, es completamente diferente. Y no hemos hecho más que empezar a salir del barrio.

¿Somos capaces de comprender qué es lo que realmente les mueve? ¿Entendemos su comportamiento, sus razones y los valores que les guían? ¿Sabemos cuál es la mejor manera de dirigirnos a ellas? ¿podemos llegar a encontrar la forma de sumar en la diferencia y llegar a acuerdos, a encuentros en la diferencia?

Porque, en el fondo, no somos tan diferentes. Aunque intereses ocultos o bien visibles busquen que así sea para utilizarlos en beneficio propio. Las diferencias entre las personas, cuando nos acercamos a ellas y las entendemos mejor no son tales, ya que todos funcionamos del mismo modo, impulsados por valores y creencias y hábitos que, aunque puedan diferir unos de otros, mantienen una misma lógica interna.

Somos distintos y somos iguales y ojala seamos capaces de disfrutar de esta diversidad.

dnl

Hablando de iguales pero diferentes....
¿Señalad las 10 diferencias entre estas dos princesas?