26 de marzo de 2011

Lunes con Sol sin masoquismo

Victor Frankl, psiquiatra judío detenido por los nazis, dijo en cierta ocasión que “el hombre está dispuesto y preparado para soportar cualquier sufrimiento siempre y cuando pueda encontrarle un significado”. La supervivencia en los campos de exterminio no se apoyaba en la juventud o en la fortaleza física, sino en la forma derivada de hallar un significado en esa horrible experiencia.

Como aconseja un sabio hasídico, cuando un hombre sufre, no debería decir “esto es muy malo” ya que nada de lo que Dios le impone es malo. Pero sí es correcto exclamar: “esto es amargo” pues entre las medicinas hay algunas que están hechas con hierbas amargas.

M. Luther King dijo que “aquello que no me destruye, me hace más fuerte”.

En definitiva, aunque el sufrimiento sirva a veces para fortalecernos, en otras ocasiones llega a ser valioso por lo contrario, por ablandarnos, haciéndonos más sensibles. La vulnerabilidad que experimentamos en nuestro sufrimiento suele producir una apertura y profundiza nuestra conexión con los demás.

Hay un aspecto de nuestra experiencia del sufrimiento que es de vital importancia: nos ayuda a desarrollar empatía (Rogelio, tu palabra), lo que nos permite acercarnos a los sentimientos y al sufrimiento de los demás. En este sentido, se puede considerar que tiene un valor. Así pues es probable que cambiemos de actitud y nuestro sufrimiento ya no nos parezca tan terrible.

Y la empatía (Regleio, segunda vez), así cuenta el Dalai Lama, la capacidad de apreciar el sufrimiento del otro, es uno de los medios más útiles para desarrollar más compasión. Porque supone una capacidad para suspender temporalmente el propio punto de vista y buscar la perspectiva de la otra persona, imaginar cuál sería la situación si uno estuviera en su lugar y, cómo lo afrontaría.

Nos ayuda a acercarnos a los demás en el terreno básico que nos es común. Todos tenemos una estructura física, una mente, unas emociones. Todos hemos nacido del mismo modo y moriremos. Todos deseamos alcanzar la felicidad y no sufrir.

Al mirar a los demás desde esta perspectiva, en lugar de percibir diferencias secundarias, como el hecho de que yo sea tibetano y tenga una religión y unos antecedentes culturales diferentes, experimento la sensación de hallarme ante alguien que es exactamente igual que yo. Relacionarse con una persona en ese nivel, facilita el intercambio y la comunicación.


Así lo pienso.

Pues los reveses
te hacen humilde,
te bajan de la nube,
te hace despertar de este letargo en el que a veces vives,
y te hacen volver a ver las pequeñas cosas que tiene la vida,
a VER a quien tienes cerca
a SENTIR lo afortunado que eres.


Sin masoquismo, claro¡

1 comentario:

  1. Gracias Daniel, tus palabras ayudan mucho a afrontar los duros momentos con que a veces nos sorprende la vida.

    Saludos,
    Belén

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