10 de abril de 2011

la increible historia de Emily (1 de 3)

la increible historia de Emily (de Utrecht a Utrecht pasando por Australia)

“Aimer, d’abord. Il sera toujours temps, ensuite,
de s’interroguer sur ce qu’on aime jusqu’à n’en vouloir plus rien ignorer”.
André Breton, 1962.

Amanece en La Haya

Me levanto, con cuidado para no despertar a las chicas, voy al salón y busco uno de los miles de discos de música pop que David tiene y que nos está descubriendo y enseñando a disfrutar con sus apasionadas explicaciones. Elijo el grupo “Souvenir”.

Por la ventana veo cómo la ciudad se despierta. Me encantan estos momentos, solo, por la mañana. Los coches, ciclistas, tranvías, circulan silenciosamente como si no quisieran romper este momento. Repaso la guía turística para ver lo que se puede ver en Utrecht –recomendación expresa de nuestros anfitriones David y Gabriela-.

A juzgar por la guía Utrecht promete bosques frondosos en Heuvelung donde perderse con la bicicleta, numerosos castillos en Amerongen y Wijk bij Duustede -tradicional lugar de descanso de mercaderes y terratenientes acaudalados de Amsterdam a partir de los siglos XVII y XVIII-, pueblos de ensueño como Amersfoort –parajes idílicos donde en los años 40 del siglo pasado, prepotentes esbirros de la locura humana, la ira, el odio y la guerra instalarón un campo de concentración- o preciosas vistas en el Lage Vuursche -muy popular entre los excursionistas me indica la guía-.

En la propia ciudad de Utrecht nos recomienda no perdernos los canales que encauzan el río Oudestracht, antes ruta clave para la economía de la ciudad, ahora lugar de paseo para sus habitantes; el Centraal Museum; las viejas murallas de la ciudad junto a los canales que rodean la ciudad, lugares idílicos para jóvenes y no tan jóvenes enamorados; las Pallaskameren -asilos construidos en 1651 por Maria van Pallaes se ofrecía alojamiento gratuito, comida y bebida (cantidades moderadas puntualiza la guía…) cada día-, el museo holandés del ferrocarril, el observatorio del siglo XIX,….

Mientras no se despierta el sector femenino de la familia, aprovecho para seguir leyendo “The Global Commonwealth of Citizens” de Daniele Archibugi. Aunque solo sea por el delicioso final de su introducción –“este es uno de esos libros peligrosos escritos con la esperanza de que nuestros hijos y nietos tengan un mundo mejor. Ese mundo mejor ciertamente no se lo podemos garantizar pero, al menos no nos podrán reprochar el haber ignorado el reto”- merece la pena intentar leerlo.

Retomo la lectura en el que el autor duda, no me extraña, de las intervenciones humanitarias y sobre el deseo aparentemente bondadoso y altruista de convertir a sus valores a todo el mundo.

En él, el autor subraya algo que, no por estar claro, a veces olvidamos:

“…puertas adentro defienden la libertad y los derechos democráticos de sus pueblos, pero puertas hacia fuera se comportan como una dictadura más poniendo a su disposición los medios más innobles para atacar al que no piensa como ella y tiene lo que anhela ella…”,

“…y sus esfuerzos por convertir a los bárbaros a la libertad y la democracia se han convertido en eslóganes publicitarios para realmente defender intereses creados y atacar al enemigo, con una maquinaria de propaganda que no solo no demoniza sino que santifica sus acciones convirtiendo los crímenes de guerra en daños colaterales, la agresión en prevención y la tortura en interrogatorios coercitivos”.

Se despereza la familia, dejó el libro y preparó zumo, tostadas y horchata; un desayuno a la altura de este día.

Utrecht, por la mañana

De Laan van Roos en Dorn (calle de la rosa y las espinas) en tranvía a Den Haag Centraal Station; en cercanías hasta Utrecht Centraal Station. De Utrecht Centraal Station, atravesando un megacentro comercial que une la estación con la ciudad, al centro de Utrecht.



La ciudad es deliciosa, surcada por canales, puentes pintorescos, calles estrechas, jardines cuidados que vamos disfrutando y, sobre todo, cafés sillas dispuestas como a mí me gusta: mirando al paseo para no perderte nada. Sentados los cuatro, mirando a la gente pasar, disfruto viendo bicicletas y bicicletas de todos los tamaños y diseños, colores y estampados, con la más surtida gama de complementos para bicicletas uno hubiera imaginado (lleva-niños, lleva-ancianos, tándems, con cestas, con maleteros, con quita-vientos, con sidecar para niños, con minimotores por si hay un repecho,…) ¡Cómo me gusta ver pasar gente e imaginar por sus caras, por sus vestimentas, por sus bicis,… a dónde irán, a quién van a buscar,…!

Compartimos terraza con un amable matrimonio nativo que nos enseñan nuestras primeras y casi últimas palabras en neederlandés “dank u well” para dar las gracias, “dag” para decir adios, “Heel roed”, muy bien y “Tot zines” con las que nos despedimos (hasta pronto).

Hacemos dos grupos, uno –las chicas- al museo del tren otro –el chico- que prefiere seguir deambulando y, como ocurrió, sin querer, encontrarme con el Ab Original At Museum desde cuyo inmenso ventanal veo cuadros llenos de color que, a pesar que suelo preferir pasear que ver museos, me animan a entrar.

Australia, al mediodía

Los primeros cuadros me llaman la atención por el colorido, por el punteado infinito y vital que tienen muchos de ellos, por lo incomprensible de su contenido, por lo atractivos y alegres que resultan. Una niña de unos 12 años me sonríe, me da la mano y me dice: “Hola, me llamo Emily. Ven que te presente a mi abuela, Emily Kame” mientras me lleva ante una foto de una señora muy anciana, de tez oscura, con el pelo recogido bajo un pañuelo, ataviada con vestido amarillo, cuyos pequeños ojos nos miran con curiosidad.




“Esta es mi abuela, murió hace poco, tenía muchísimos años, casi cuarenta mil. Ella me decía que más de cuarenta mil. Y yo le creo. Mi abuela nunca me mentía”. Y empieza a contarme la historia de su longeva abuela que yo, como futbolero que soy, no puedo evitar verla como la retransmisión de uno de los partidos más apasionantes, maravillosos, duros y bonitos que he visto. Escucho, observo, aprendo.

Emily me empieza contando que cuando su abuela nació en Australia, donde era un bebé aborigen de la tribu de los Anmatyerre cuando unos señores muy violentos, procedentes de lejos, llegaron…

Tal y como la va contando Emily, parece un desigual partido entre el combinado de dos de las mejores selecciones del mundo, Inglaterra y Holanda, en los campeonatos mundiales de los siglos XVII y XVIII, y la Australia aborigen, poco preparada y mal entrenada para este tipo de encuentros.

40.000-1606 Australia. La previa del partido.

Emily me cuenta historias que le contaba su abuela mientras su abuela hacía lo que más le gustaba: pintar. Me dice que “nuestra gente desciende del Gran Djankawu quien vino de la isla de Baralku cruzando el mar. Nuestros espíritus vuelven a Baralku cuando mueren. Djankawu vino en su canoa con sus dos hermanas, siguiendo el lucero del alba que le guió a las costas de Yelangebara en la costa este de la Tierra de Arnhem. Ellos caminaron a lo largo del campo siguiendo las nubes de la lluvia, cuando querían agua, clavaban un palo en la tierra y el agua manaba en abundancia. Ellos nos dejaron los nombres de todas las criaturas de la tierra y nos enseñaron nuestra Ley”

Emily detecta mi sonrisa ante la ingenua pero preciosa historia de la creación y se enfada un poco, apartando por un instante su manita de mi brazo. “Esta es nuestra historia” –afirma-. “Otros pueblos tienen sus propias historias de cómo se crearon sus montañas y sus ríos, cómo sus tribus crecieron y cómo vivieron. Y también son verdad. Porque descienden de otros dioses también buenos como los nuestros –y zanja el tema-.

Los padres de mi abuela vinieron a esta isla hace 40.000 años –prosigue-. Y abuela Emily Kame nació en ella. Me cuenta cómo los ancianos de la tribu sabían muchas cosas sobre las estrellas, sobre la tierra, las plantas y los animales porque los necesitaban para vivir. Además, se pintaban para rezar y cantar y bailar para pedir al Gran Djankawu que no les faltara de nada.

Me cuenta toda orgullosa que “con todo lo que sabían eran capaces de sobrevivir en lugares donde tú hubieras muerto en cuestión de días”. Se ríe mientras me mira. “Es que -prosigue- abuela Emily Kame y su familia aprovechaba cualquier cosa para vivir”. Señalando una estantería del museo me enseña unos miru, boomerangs pintados con diferentes escenas de caza y de figuras geométricas. “Abuelo Twana inventó el miru para poder cazar con más facilidad”.

“Abuela contaba que no podían alejarse de su tierra, que para ella, era su vida: su cultura, su historia, sus creencias, su alimento”. Abre sus grandes ojos negros y prosigue: “hace 15.000 años, abuela era ya mayor –aclara- los campos se secaron y los lagos se evaporaron convirtiéndose en desiertos y tuvieron que empezar a comer otras hierbas, otros animales más pequeños y aprender a buscar agua bajo la tierra”.

“Abuela Emily Kame, cuando contaba esto, me decía: somos unos supervivientes que durante todo ese tiempo hemos sido una de las culturas más ricas de la tierra, capaz de desarrollarnos y mantenernos hasta hoy día en que tú, mi pequeña Emily, seguirás haciéndola crecer con tus ideas, tus dibujos, tu imaginación desbordante, tu bondad y transmitiéndola como el tesoro que es”.

Primera parte

1606. Holanda: 1 – Australia: 0

Emily, al recordar esta parte de la vida de su abuela, se pone más seria. Me cuenta como, una tarde, su abuela paseaba en brazos de su madre por la playa cuando vieron que un barco de nombre Duykfen y que luego resultó pertener a la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales se acercaba a la costa oeste de la actual Península de Cape York. Y muy enfadada recuerda lo que el Capitán Carstensz dijo de ellos: “nativos” que son “los más pobres, desgraciados y miserables desechos” que había visto en su vida. “!!No sabía nada de nosotros y nos insultaba¡¡” suelta Emily con gesto dolorido.

Y me cuenta también que los primeros contactos entre esos señores y los Anmatyerre cuando los marinos pisan tierra firme son muy violentos. Hay escaramuzas en las que ambas partes sufren bajas.




1770. Holanda-Inglaterra (vienen nuevos fichajes, que serán titulares): 2 – Australia: 0.

Poco después, prosigue Emily, llegó a la isla un famoso explorador, el capitán James Cook, que, cuenta indignada “por todo el morro dice que toda la costa Este de Australia, donde vivía mi abuela, era del Rey Jorge III de Inglaterra. ¡Ese señor quería robarnos nuestra tierra¡”. Como tratando de no enfadarse demasiado con este episodio, dice, señalando un libro abierto en una vitrina que parece un diario: “por lo menos mira lo que escribió de nosotros…”. En su diario de abordo, el joven explorador había anotado:

“…a alguno puede parecerles la gente más miserable de la tierra, pero en realidad son mucho más felices que nosotros, los europeos, desconociendo por completo no solamente las superfluas sino hasta las más elementales comodidades que afanosamente buscamos en Europa; son felices sin conocer su uso. Viven en una paz y tranquilidad que no la rompe la desigualdad de su condición”.

A partir de ese día, estas tierras dejaron de llamarse Nueva Holanda (“pobres” holandeses pienso; cada vez que llamaban a un lugar Nuevo Algo -Nueva Amsterdam, Nueva Holanda,…- llegaban los británicos y le cambian el nombre por Nueva York y, en este caso, Nueva Gales del Sur). Y los holandeses tuvieron que irse con las maletas y sus barcos a otra parte.

1783. Inglaterra (el equipo naranja abandona por lesión): 3 – Australia: 0

Contaba la abuela que aquellos marinos que llegaron les dijeron que, de ese día en adelante, Australia pasaría a ser una colonia más del Imperio Británico y que, apunta Emily, “tendrían un nuevo jefe de la tribu, el Rey de Inglaterra, muy rico y poderoso y que vivía tan lejos que nunca le llegarían a conocer. Su abuela, al principio, no notó mucha diferencia con el cambio”.

1 comentario:

  1. Independientemente de interesante contenido, y por muy republicano que sea, cambia el rojo de los titulares, es ilegible sobre el morado....

    ResponderEliminar

!Me encantaría saber qué piensas de esto¡